viernes, 21 de marzo de 2014

Cinco libros para culturizarse

Supongamos que alguien quiere adquirir cultura. Está preocupado porque su educación formal no le aprovechó mucho, y luego, por centrarse demasiado en el trabajo y poco en el ocio intelectual, es consciente de que se ha quedado un poco atrás. No sabe, pero tiene ganas de saber. Quiere instruirse. ¿Por dónde empezar?
Esta es una lista de mis "top five". Los cinco libros que yo le recomendaría.

"Cosmos" de Carl Sagan (El Universo y cómo llegar a conocerlo mediante la Razón y la Ciencia).
"El gen egoísta", de Richard Dawkins (la evolución y otras ideas peligrosas de la Biología).
"Cronología del Mundo" de Isaac Asimov (una ducha de Historia).
"Política para Amador", de Fernando Savater (una introducción a la Filosofía Política).
"Por qué fracasan las naciones" de Daron Acemoglu y James Robinson (trata sobre la pregunta más importante de las ciencias sociales, por qué unos países son ricos y otros pobres).

Le echaré un vistazo a esta lista dentro de algunos años, a ver si sigo opinando lo mismo.


martes, 18 de marzo de 2014

Cataluña y monsieur Queuille (frisking)



Este es un artículo nacionalista habitual publicado en El País el 18 de marzo de 2014. Me he permitido hacerle un frisking, porque ya estoy más que harto.




No existe ningún problema político tan urgente que no pueda ser resuelto mediante una indecisión”. Se ha atribuido la frase a Henri Queuille (1884-1970), político radical con importantes responsabilidades de gobierno durante la III y la IV República francesa. Sea o no cierta su autoría, se expresa con ella un estilo político que ha tenido destacados practicantes en otras latitudes. Podría ser reconocido en la estrategia —si así cabe llamarla— adoptada por el actual Gobierno español ante lo que algunos suelen llamar el “desafío soberanista”. A estas alturas de la peripecia (peripecia=” cambio repentino de situación debido a un accidente imprevisto que altera el estado de las cosas”, pero el desafío soberanista no ha sido un accidente), ha quedado también bastante claro que esta estrategia inmovilista está respaldada por la actual mayoría política en el Congreso de los Diputados, por gran parte de la opinión pública española y por un sector predominante de sus medios de comunicación (¿estrategia inmovilista? Como decía con tino y gracia Fernando Savater hace un tiempo, que a alguien le dé una crisis epiléptica no significa que los demás tengan el deber de convulsionar al unísono. Y lo que está respaldado por la mayoría es la Constitución, no la “estrategia” de Rajoy). Frente a ellos, son minoría quienes desde hace tiempo o desde hace poco promueven la superación del esquema territorial vigente para dar alguna respuesta a quienes se manifiestan disconformes con sus resultados (esto de que son minoría es importante, pero no sé si te vas a acordar; y es mejor que digas el “cambio” del esquema territorial y no la “superación”, como si el esquema que hoy existe fuera obviamente peor que lo que proponen sus adversarios).
En otras circunstancias, una actitud mayoritaria de firmeza inamovible y de defensa de lo existente podría ser garantía de estabilidad y consolidación. Pero tal actitud choca desde hace años con un inconveniente no desdeñable: la existencia en Cataluña de una mayoría política, social y mediática que reivindica cambios en el statu quo de sus relaciones con el Estado y sus centros de decisión. Aunque sin coincidir en el contenido de los cambios, sus partidarios superan claramente a los inmovilistas (léase sensatos) locales. Y de esta discrepancia entre mayorías —en Cataluña y fuera de Cataluña— nace el conflicto (gracias por hacérmelo ver).
Abundan las interpretaciones sobre las raíces de esta persistente contraposición. En estas páginas se han prodigado argumentos, parábolas y metáforas de variado ingenio y valor. Pero me pregunto si no ha pasado el momento de las interpretaciones o de refugiarse en la complaciente idea de que esta discrepancia nace de una astucia de clase o de una maniobra partidista sin apoyo social.(No te quepa duda de que surge en parte de una “astucia de clase”. El separatista calcula. Sabe que su comunidad autónoma es más rica que la media, y como no ve más allá del corto o medio plazo y de la economía, piensa que saldrá beneficiado si se separa, porque así tocará a más para él. Verlo no es una “idea complaciente”. Es aceptar la realidad) ¿No sería más productivo explorar ya opciones de salida para un contencioso político que pocos se atreven a negar? Examinar vías de salida es ahora más acuciante porque es improbable que las cosas sigan como están. No es necesario invocar al célebre presocrático para admitir que todo fluye y —dadas las circunstancias del caso— con mayor velocidad que en otros tiempos.
A modo de ejercicio (no creo que sea sólo para eso) y con ánimo de provocar nuevas sugerencias, apuntaré de nuevo cinco alternativas que se me ofrecen como pistas de desbloqueo. La primera consiste en una recentralización gradual del sistema existente. En realidad, parece estar ya en marcha un proceso de involución autonómica (por favor, dí “recentralización”, que suena más aséptico, y no “involución”, que significa “retroceso”, como si hubiera una dirección clara de “progresión autonómica”) si examinamos una serie de decisiones recientes del Gobierno estatal en materias diversas: fiscal, municipal, educativa, laboral, medioambiental, etcétera. Es una involución (y dale) que satisface a buena parte de la opinión española, incluso a gobiernos y poblaciones de algunas comunidades autónomas que ven reducida su propia esfera de autogobierno.(¿dónde? no ha habido tanta recentralización como dices, por desgracia). En cambio, en nada favorece la posibilidad de convencer a la opinión catalana mayoritaria para que altere el sentido de sus aspiraciones. Más bien al contrario.(puede ser, pero tienen que aceptar que están en minoría, como lo acepto yo en mil cosas que me gustaría cambiar a nivel estatal y autonómico, pero que no puedo cambiar porque “los otros no quieren”).
Una segunda opción de sentido opuesto apuntaría a incrementar el grado de descentralización sin variar demasiado las bases del esquema actual. A mi juicio, es un camino abierto, pero con poco recorrido. Lo reveló el intento de reforma estatutaria de 2006. Una eventual expansión de la descentralización sin transformaciones de calado en el modelo no subsanaría algunos de sus defectos capitales (totalmente de acuerdo; por eso entre otras cosas no hay que hacerla) ni respondería a lo que se plantea desde Cataluña.(claro que no; la simetría no les gusta a los nacionalistas. Ellos han de ser más que los demás en algo).
Una tercera pista apunta a la adopción de un modelo federal.(la enorme, tremenda, terrible tontería "marca de la casa" del PSOE, con síndrome de Estocolmo todavía. Como si reformar la Constitución por la vía “federal”, sea lo que sea lo que signifique eso, fuera a calmar a los nacionalistas catalanes. O sea, que reformas la Constitución para que sea federal, y se acabó el problema. CiU será leal y ya no volverá a pedir dinero, nunca más habrá chantaje nacionalista en el parlamento estatal, y ERC tendrá que disolverse porque el nacionalismo desaparecerá). La etiqueta federal admite matices muy variados: desde el federalismo a la alemana hasta un flexible federalismo asimétrico, tan ridiculizado hace años por algunos que lo recuperan ahora como recurso de última hora.(¿quién ha ridiculizado el federalismo asimétrico y lo ha recuperado ahora? Nombres, queremos nombres… El federalismo asimétrico fue, es y será siempre ridículo; y la semilla de rencores futuros). Su viabilidad depende en todo caso de que la propuesta aporte precisiones mayores que las suministradas hasta ahora por sus promotores. Por otro lado, la aclimatación de este principio organizativo a la cultura política española puede ser bastante problemática a la vista de consolidadas tradiciones partidistas y administrativas (como la tradición filosófica que dice que las asimetrías han de intentar evitarse, porque todos los ciudadanos son iguales ante la ley y deben de tener los mismos derechos y deberes. ¡Qué anticuado está eso!). Pero ello no habría de ser obstáculo para explorar de buena fe lo que pueda dar de sí esta alternativa.
Un cuarto escenario consistiría en ampliar el acceso a la “vía navarra” al autogobierno. Se trataría en realidad de replicar el discreto confederalismo existente entre el Estado y aquella comunidad. O entre el Reino de España y el Reino de Navarra, si se prefiere apelar a sus raíces tradicionales. Lo califico como confederalismo discreto por un doble motivo: porque no es propiamente la confederación de los manuales y porque su carácter excepcional y algo extravagante pasa discretamente desapercibido para los acérrimos defensores de la ortodoxia constitucional (no es cierto; muchos defensores de la legalidad y de la Constitución queremos reformarla para acabar con los indeseables privilegios vascos y navarros, una anomalía democrática que no debería existir en el siglo XXI y con la que haríamos bien en acabar por el bien de la democracia misma) . Sea como fuere, la relación establecida entre Estado y comunidad foral parece aceptada y satisfactoria para ambas partes, tanto en lo simbólico como en lo competencial y en lo fiscal. Algunas voces han sugerido recientemente —con o sin mención del precedente navarro— la posibilidad de una relación similar entre el Estado y Cataluña, una relación que cuenta con un ejemplo muy consolidado y que no parece haber socavado fatalmente los cimientos del presente orden constitucional.(no fatalmente, pero claro que los ha socavado; por eso ahora tú puedes citarlo para pedir los mismos privilegios para Cataluña. El problema es que eso no puede generalizarse, porque si todo el mundo tiene privilegios, dejan de ser privilegios. Ante un privilegio, una persona decente deseará abolirlo; los nacionalistas quieren otro privilegio igual para ellos, así son).
Finalmente, hay que referirse a la hipotética separación entre Cataluña y España por más que se opongan a ella importantes obstáculos legales, económicos y sentimentales. Cabe imaginar una separación amistosa o una separación agria y turbulenta. Con costes elevados en ambos casos y para ambas partes. Pero menores tal vez en la primera que en la segunda (tal vez, ). Por desgracia, no parece que la separación amistosa sea imaginable a la vista del clima que nos envuelve (y que los nacionalistas en el gobierno de Cataluña han hecho todo lo posible por suavizar…). Habría que resignarse, por tanto, a que se diera la segunda. (no, no habría que resignarse; lo que habría que hacer es respetar la ley, aunque no guste; dura lex, sed lex). A sabiendas de que su naturaleza conflictiva tampoco excluiría una negociación para resolver multitud de cuestiones de derecho y de hecho.
He dejado a un lado los aspectos jurídico-constitucionales de cada alternativa. No porque sean insignificantes, sino porque —en desacuerdo con ciertas posiciones inmovilistas— considero que no son los únicos ni siempre los más determinantes para orientar el planteamiento de la cuestión y sus salidas alternativas. Aquí están en juego otros recursos igualmente importantes que se barajan en contenciosos de este carácter: valores simbólicos, disponibilidades económico-financieras, dimensión geoestratégica, conexiones internacionales, etcétera. (pero es que la ley no es un “recurso”, como por ejemplo pueden serlo las “conexiones internacionales” o las "disponibilidades financieras". Es la Ley. Es lo que permite convivir en armonía en una democracia e impide que las minorías se impongan a las mayorías. En democracia sólo es lícito elegir dentro de la ley). Sin olvidar —como es natural— la intensidad de la movilización ciudadana o la capacidad de imposición coactiva de cada parte.(pocos olvidamos el poder “duro” de ambas partes, por eso no contemplamos la independencia como una posibilidad creíble en ausencia de cobardías gubernamentales) Todos los recursos —y no solo uno de ellos— deberán ser aquilatados para estimar la viabilidad de las diferentes alternativas cuando se entable la negociación a la que indefectiblemente se llegará más tarde o más temprano, con o sin votaciones o consultas previas.(da por hecho que se negociará, lo cual es sorprendente, porque a lo mejor lo único que pasa es que se suspende la autonomía o algunos gobernantes regionales son detenidos. Al menos, si se persiste en la intentona, no parece que un futuro negociado sea evidente. Más se parecerá a una renuncia por una de las partes).
Una única alternativa se me presenta como totalmente inútil para superar el bloqueo actual. Es la del impávido inmovilismo del que presumía —según dicen— el hombre político francés citado al principio de este artículo: una forma de gobernar que consiste en dejar pasar el tiempo sin adoptar iniciativa alguna. Conviene recordar que este estilo de gobierno atribuido a ciertos dirigentes franceses de la segunda posguerra mundial desembocó finalmente en una crisis institucional de carácter terminal. Una crisis que acabó con el régimen de la IV República, llevó al poder al general De Gaulle, obligó a adoptar una nueva Constitución y dio paso a la independencia de Argelia y de todas las colonias africanas de Francia. Porque cuando los dirigentes y las instituciones existentes no son capaces de acomodar nuevos procesos sociales quiebran de manera estrepitosa y son desbordadas por la realidad de los hechos. A corto o a medio plazo.(la verdad es que yo también acuso al gobierno central de inmovilismo, pero creo que en un sentido distinto al autor. Rajoy hace tiempo que tendría que haber suspendido la autonomía de Cataluña por el artículo 155 de la Constitución. Tanto Artur Mas como Duran i Lleida ya han dejado dicho que una declaración unilateral de independencia no es totalmente descartable. Y cuando un presidente de una comunidad autónoma dice que no descarta violar la legalidad vigente, es pasado tiempo de inhabilitarle. Y hay que suspender la autonomía, pues cambiar sólo a una persona no serviría de nada. A CiU les ha votado mucha gente.
La suspensión temporal sería lo más inteligente a hacer, porque con la dirección actual de los acontecimientos, el conflicto es inevitable, y mejor ahora que entonces, tras un año de calentamiento regional. Que dejen a los políticos de CiU un par de años sin televisión, sin periódicos subvencionados, y sobre todo, sin chanchullos, y verás que pronto se calman. Si fuera una opción para Rajoy, lo más inteligente sería que la tomase. Pero es que no es una opción: ¡qué manía con considerar los artículos de la Constitución como si fueran de cumplimiento voluntario!

Josep M. Vallès es catedrático emérito de ciencia política (UAB).(y un auténtico lince)